En la sociedad actual occidental y, a pesar de todas las apariencias en contrario, las formas del encierro –tanto públicas como privadas, son múltiples y, aún más lo son, los efectos que producen en las personas privadas de libertad-. Las instituciones estatales destinadas para tal fin, en tanto representaciones sociales, manifiestan desde sus enunciados la rehabilitación de las poblaciones que las habitan mientras que, muchas veces en la realidad el propósito de la rehabilitación está lejos de cumplirse, convirtiéndose la institución carcelaria, por los niveles de reincidencia que se dan, en una escuela o simple aguantadero de delincuentes.
En los últimos años se han multiplicado y diversificado las investigación sobre cárceles, afrontando el fenómeno desde perspectivas tan diversas como el estudio de la contracultura carcelaria, las bibliotecas en cárceles, la reinserción social y laboral de los excarcelados, la motivación de los internos en las cárceles, estudios comparativos de regímenes penitenciarios de distintos países, análisis de la eficacia de los sistemas de vigilancia electrónica, los programas de tratamiento y asistencia a los internos y la comunicación interna dentro de las cárceles. En todos ellos se concluye que es necesaria una urgente reforma penal y penitenciaria para evitar más crímenes y violaciones a los derechos humanos en las cárceles argentinas.
Históricamente, el trabajo constituyó un elemento vital del encierro, ya que desempeñaba funciones fundamentales: por un lado ocupaba el tiempo de los penados y por otro evitaba conflictos. Es decir, el trabajo instauró un instrumento de disciplina para el interno al ocupar su mente en una actividad laboral, alejando cualquier idea que implicara el desorden o el quebrantamiento de la convivencia. Otros doctrinarios lo consideraron como una forma de obtener beneficios a través de la utilización de mano de obra barata bajo la justificación del castigo merecido. El trabajo del interno siempre estuvo definido, junto al aislamiento, como un agente eficaz para la transformación penitenciaria desde los comienzos del siglo XIX, ya que el ocio era considerado como el inicio del malvivir.
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